07 julio, 2012

Golpe en Paraguay- NOTICIAS-DECIDAMOS articulo de MIGUEL ANGEL LOPEZ PERITO- ESPERANZAS EN TIEMPOS DE COLES

Esperanza en tiempos de cólera “Cuando muere una persona –me decía un amigo cuyo familiar falleció en el enfrentamiento de Curuguaty– es como si muriera la familia”. La muerte absurda es así. Mueren un poco sus amigos, muere un poco su comunidad, muere un poco toda la sociedad paraguaya. ¿Acaso hay algo que pueda justificar el derramamiento de sangre entre hermanos? Y la sangre es una energía tan fuerte que trasciende el tiempo, abarca generaciones, se transmuta en odio, y sigue reclamando sangre. Es hora de parar todo esto. Más muertes estaban programadas. Eso felizmente no llegó porque Fernando Lugo tuvo el tino de entenderlo y de someterse al golpe parlamentario. Preferimos la simbólica herida de muerte de nuestra frágil democracia a seguir muriendo con más hermanos nuestros. Y aunque muchas críticas apuntan a la falta de firmeza de Lugo, nadie podrá negar que fue una opción por la esperanza y la vida. El daño ya está hecho. Y no es solo responsabilidad de “los otros”. Somos corresponsables también quienes, desde este proyecto de cambio, no hicimos lo suficiente por evitar el quiebre. Desde diciembre de 2008, cuando se planteó el primer intento de juicio político, sabíamos perfectamente que el adversario iba a ser implacable. Por una razón u otra, no actuamos en consecuencia. Y dejamos que se acumularan demasiadas frustraciones y cuestionamientos. Nuestro gobierno necesitaba ser querido y defendido por las mayorías sociales, pero las decepciones ante medidas insuficientes o tibias, nombramientos de funcionarios mediocres, descomprometidos o cuestionados, ausencia de disciplina y de equipo de gobierno, falta de interlocución y diálogo con los diferentes sectores sociales, económicos y políticos, por citar solo algunos aspectos, fueron alimentando la sensación de que el gobierno no tenía las riendas del proceso. Y si a esto le sumamos las absurdas provocaciones de grupos radicalizados, cercanos o no al entorno presidencial, teníamos elementos suficientes para tomar las medidas del caso. Omisión, descuido, indiferencia o mala evaluación, podríamos analizarlo en mayor detalle. Pero indudablemente no podemos evadir esta responsabilidad. Y aunque nada de esto justifica la ruptura producida por los usurpadores, hemos de reconocer al menos nuestra falta de sabiduría política para conducir positivamente el proceso. Lo que hoy está en juego no es la razón de un bando político contra otro. Esa perspectiva no es conducente. Hay que tratar de mirar más lejos. Los vencedores, desde la preeminencia que les otorga la nueva situación, están tratando de vender su versión de la historia. Tienen que lidiar con sus disputas internas, la presión internacional, y la organización y funcionamiento del gobierno. Ningún tipo de confrontación violenta ni atropellada permitirá “retomar” el gobierno. Más que nunca necesitamos entender claramente la profundidad del quiebre democrático. Hoy vale todo. Se rompió el prudente respeto de la ley. Volvimos a la época de deponer presidentes que no le gustan a un sector. La más rancia ideología del totalitarismo conservador se ha vuelto a instalar con un discurso agresivo e intolerante. El pluralismo ideológico, consagrado por el artículo 25 de la nuestra Constitución Nacional, ha vuelto a proscribirse. Lo diferente tiene que confinarse nuevamente a espacios que no contaminen lo público. Tenemos una sociedad con mentalidad predominantemente rural y conservadora, carente de una visión de lo público y sentido de ciudadanía. Algunos analistas han caracterizado este fenómeno como Estado sin Sociedad Civil. Otros de la necesidad de acometer el desafío de la modernidad. Lo que fuere, no ha sido tenido en cuenta seriamente por el proyecto de cambio. Confundimos triunfo electoral con hegemonía, y lo pagamos caro y al contado. La mejor respuesta ahora es salir a hablar con la gente común, escucharla, tener muchos “micrófonos abiertos” para que se manifieste la verdad sencilla y contundente del pueblo. La gente está de duelo. Y el duelo se elabora hablando, contando, sintiendo, llorando y gritando, una y otra vez. Esta es la forma de resistencia más genuina que podemos ofrecer a un pueblo que acaba de perder el derecho democrático conquistado el 20 de abril del 2008. El ñe’engu se cura con la palabra. Con el duelo vendrá la esperanza. Y muchas cosas más que ni el mejor analista político podrá vaticinar…

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