19 mayo, 2016

Los partisanos judíos que lucharon contra los nazis- Iom ha SHOA---

 


 
 
 
 
Los partisanos judíos que lucharon contra los nazis
Esther Mostovich de Cukierman
¿Qué sabemos nosotros sobre la vida de los judíos que lucharon como partisanos durante la 2ª.guerra mundial? Sólo que estaban ocultos en los bosques y desde allí, formaron grupos guerrilleros para luchar contra el enemigo nazi. ¿Cómo vivían allí? En el año 2009, una partisana nos acompaña a conocer uno de esos campamentos que aún puede reconocerse en el bosque de Rudnitzky, no muy lejos de Vilna.

Somos un grupo de estudiantes que cursamos durante el verano, idioma y literatura Idish en la universidad estatal de Vilna, Lituania. Unas cuarenta personas, una mitad judíos y otra mitad no judíos, llegados desde distintos lugares del mundo. Salimos de Vilna en ómnibus, hacia el bosque de Rudnitzky. Unos veinte minutos más tarde, nuestra guía Fania Brantsovsky nos señala unas chozas de techos hundidos, al costado del camino.

-Esos restos de construcciones eran una aldea llamada “Los tártaros”. Cuando nos escapamos del gueto para unirnos a los partisanos, caminamos durante toda una noche para cubrir la distancia que ahora nos llevó unos minutos, dice Fania, hablando en idioma Idish. Claro que esta carretera no estaba en ese entonces, pero había caminos decentes. Nosotros no podíamos tomar ningún camino abierto porque con sólo ver nuestro estado de desnutrición y la ropa que llevábamos, sabrían qué éramos fugitivos. Tuvimos que atravesar por los campos, de una granja a la otra, arrastrándonos por debajo de las alambradas.

-¿Venían varias personas en grupo?, pregunta un estudiante.

- Éramos cuatro hasta esta aldea. Aquí nos dividimos en dos. Cuanto menor el grupo, mayores eran las posibilidades de ocultarse, nos dijeron nuestros dirigentes, cuando salimos del gueto. Desde aquí, una compañera y yo teníamos que seguir solas. Las dos teníamos 16 años... era la primera vez que nos separábamos de nuestras madres. Y fue también la última. A los pocos días de nuestro escape, todo el gueto fue liquidado.

- ¿Por qué no huyó tu familia con ustedes?

-Dentro del gueto, la gente mayor no quería irse, ni luchar. No tenían fuerzas. Mis padres y tantos otros, tampoco querían abandonar a los pocos abuelos que aún vivían allí. Preferían esconderse todos en algún pozo del sótano y disimular la entrada. Yo me negué a eso. Los jóvenes éramos los que queríamos arriesgarnos a escapar del gueto, soñábamos con unirnos a algún batallón de partisanos en los bosques, para ofrecer resistencia a los nazis, sabotearles las líneas férreas, volarles los depósitos de armas y las plantas eléctricas. Si de todos modos, nos aguardaba un plan alemán de muerte, no teníamos nada por perder. Mis amigos y yo nos integramos a la organización subversiva del gueto, en la que se unieron los jóvenes de todos los partidos políticos judíos. Los planes de huída eran siempre secretos, diferentes para cada pequeño grupo. Si alguno de nosotros era apresado, era mejor que no supiera nada de los demás. Unos minutos más y el autobús sale de la carretera, internándose por el bosque. Va casi durante media hora por un camino de tierra, hasta detenerse.

-¿Hasta aquí llegaste tú desde esa aldea?

- Después de cuatro días de dar vueltas, llegamos, no aquí pero si a nuestro punto de destino, algo más hacia el Norte, en el medio del pantano. Habíamos perdido el camino y nos mordieron los perros, porque estábamos tan hambrientas que nos robamos el agua y los restos de comida que los campesinos les habían tirado a sus perros. Nos quedamos en un campo, entre dormidas y desmayadas por el hambre y sed. Increíblemente, un campesino nos ayudó. Los lituanos no solían ayudarnos, porque los alemanes les daban dinero y los premiaban con papas y cereales por denunciar a cada fugitivo, pero este hombre nos tuvo lástima. Nunca supe su nombre... Él nos dio leche recién ordeñada, nos regaló zancos para poder atravesar el pantano y nos acompañó hasta señalarnos el comienzo del camino. Después se fue. Los alemanes no entraban al pantano, pero los lituanos tampoco.

-Si yo sigo con ustedes, algún partisano me pegará un balazo, nos dijo.

Nuestro grupo baja del ómnibus. Sólo se ve tierra y árboles a nuestro alrededor.

-¿Esto era un campamento de partisanos? Pregunta una estudiante. ¿Tú viviste en este lugar? ¿Dónde?

- Nuestro destino era un campamento de partisanos a varios kilómetros de aquí. Suponíamos que estaba ya arreglado que ingresaríamos a ese “batallón”. Nos recibieron apuntándonos con un fusil. Yo me puse tan nerviosa al ver esa arma delante mío, que me puse a reír. El guerrillero tal vez pensó que yo estaba loca, pero no disparó. Dijimos nuestros nombres, no nos esperaban, nada sabían de nuestra posible llegada. Pero nos dieron algo de comer y un lugar seco sobre unos troncos para descansar. Dos días después, las dos fuimos a presencia del comandante y nos ofrecimos para luchar. Era un comandante ruso, él estuvo de acuerdo en aceptarnos en su “batallón” de guerrilleros. Pero su compañera se lo impidió. Nos miró de arriba abajo y declaró:

-No, no te voy a dejar quedarte con dos lindas jovencitas. Y nos ordenó a nosotras:

-Váyanse.

-La leyenda que teníamos en la cabeza, sobre los gloriosos luchadores partisanos, se nos vino al piso. Nos tuvimos que ir. Nos indicaron el camino hacia otros batallones de guerrilleros, nos dieron algo de comida, pero nos requisaron los zancos que nos había regalado el campesino. Tuvimos que salir de allí arrastrándonos entre el fango del pantano. También nos rechazaron de un segundo campamento, este era de lituanos y no querían judíos. Al campamento que está aquí, llegamos unos cuantos días después, casi muertas de hambre. Había unas 200 personas viviendo entre los árboles. Era un “batallón” con muchos judíos. Aquí nos aceptaron.

-¿200 personas, aquí? ¿Dónde?

-Esta es tierra bastante seca, muchos refugios se han conservado. Después de la guerra, durante la época soviética, los usaron los partisanos lituanos que luchaban contra los soviéticos. Se ha mantenido como museo al aire libre. Observen a su alrededor.

Caminamos unos pasos. No vemos nada que se parezca a un refugio por ningún lado. De pronto un estudiante dice:

- Miren lo que hay aquí.

Desde dos metros de distancia, no se ve nada. Acercándonos, vemos una abertura algo tapada con pasto. Hay que estar casi encima para darse cuenta de que el pasto es una cortina y que detrás, hay una entrada con los costados afirmados con troncos, que lleva a una habitación de forma irregular, semihundida en la tierra, con un techo que parece una elevación natural del bosque, hecho de gruesos troncos, cubiertos de barro y pasto como el resto del paisaje. Buscando con atención, descubrimos ocho refugios más, similares, de diferentes tamaños.

-Parecen viviendas de la Edad de Piedra... dice un estudiante.

-¿Cómo vivían aquí? , pregunta una señora. ¿De dónde sacaban el agua? ¿Qué comían?

-¿Agua? Aquí mueves un poco algunas raíces y se forma un charco de agua de pantano. Estando en el campamento, el agua se tomaba hervida, quedaba de color amarillo oscuro y la llamábamos “té“. Pero si estábamos en alguna incursión, lejos del refugio, muertos de sed, nos bebíamos lo que fuere, hasta los charcos del camino. ¿Comida? Nada crece en estos bosques. Aprendimos cuáles cortezas de árbol se pueden comer sin enfermarnos. Los guerrilleros iban a las aldeas y amenazaban a los campesinos hasta que conseguían cereales, papas, sal, algún animal vivo, un poco de grasa de cordero. ¡Ah, si hubiéramos podido comernos los mosquitos! Esos eran los únicos animales que abundaban aquí.

-No tenían ningún elemento de la civilización...

-Casi nada. Tuvimos que construirnos los refugios con las manos, las uñas y los dientes, sin ninguna herramienta. Pero nos robamos una radio de los alemanes, así que estábamos comunicados por radio. Sobrevivimos sin fósforos, velas, ropa, platos, cubiertos, ni medicinas. Sólo con lo que los aldeanos nos pudieran dar, o lo que pudiéramos tomar en alguna incursión.

-Era la ley del más fuerte...

-Era la ley de la guerra.

Disciplina guerrillera

-Dentro del campamento, la disciplina era muy rigurosa, dice Fania. Los guerrilleros tenían que prometer obediencia total al comandante. No podíamos tener cárceles aquí. La pena común era echar al delincuente del campamento para que se arregle solo en el bosque. Eso era casi una pena de muerte.

-¿Y cómo se llevaban los guerrilleros entre ellos?

-Hubo de todo, desde lo más ruin a lo más maravilloso. Desde envidias, zancadillas, robarse o incluso matarse por la espalda, a sacrificar la vida por ayudar a un compañero. Aparte de eso, en los bosques, casi todos los batallones de polacos, lituanos y rusos tenían algo en común: ninguno quería a los judíos.

La cocina del campamento

-Esta era la cocina, dice Fania mostrando un refugio de tamaño algo mayor que los demás. El fuego no se podía hacer al aire libre porque la columna de humo nos hubiera delatado, aquí manteníamos fuego muy bajo, sobre una palangana de metal que conseguimos en una incursión. Ahí se hervía el agua y muchas veces la ropa, para eliminar los piojos que nos asediaban.

-Bueno, ¡leña para fuego, por aquí, no les faltaba!

-¿La leña? Cortarla por aquí cerca, podía costarnos la vida. Teníamos que cortarla y traerla desde muy lejos. Era necesario no dejar rastros de nuestra presencia en los alrededores, porque había espías alemanes cruzando los bosques; a muchos batallones los descubrieron, los rodearon y los liquidaron. A otros campamentos les arrojaron bombas desde aviones que volaban bajo. A nosotros, nos tocó sobrevivir.

Mujeres partisanas.

-¿Los partisanos se peleaban por las mujeres?

-Los guerrilleros podían pelearse por cualquier cosa, pero yo no vi peleas por mujeres, aunque debe haber tantas cosas que yo no vi, contesta Fania. Las mujeres éramos pocas, todas tomábamos las mismas tareas que los hombres, salir a misiones para destruir vías férreas y abastecimientos de los nazis, conseguir comida, ropa o medicinas. Todos aprendimos a manejar las escasas armas de que disponíamos. Soñábamos con el mundo que sería después de la guerra y éramos conscientes de que la misión más sencilla podía hacernos perder la vida. Cuando la muerte nos acechaba, nos reíamos, porque sabíamos que una bala podía tener la última palabra pero también, cualquier detalle casual podía darnos un permiso de vida; un tul de niebla cubriendo nuestros pasos, el ruido de un ratón a unos metros de distancia. Y también, un estornudo o un tropezón podían llamar la atención al alemán más próximo y ese podía ser nuestro adiós.

Fania sacude su cabeza y respira hondo. Pone la mano en el bolsillo y saca unas hojas de papel impreso, escritas en Idish, que nos reparte a todos. Se pone a cantar.

Zog nisht kayn mol az du geyst dem letstn veg. (Nunca digas que vas por el último camino) canta Fania, con voz clara, en el medio del bosque. Dos lid geshribn iz mit blut un nit mit blay (Esta canción está escrita con sangre y no con lápiz). Es el poema que escribió el partisano Hirsh Glik durante la guerra, que se convirtió en el himno de los partisanos y de la lucha judía en todas las generaciones.  Algunos de los estudiantes lo conocen de memoria, otros lo leen en las hojas que entregó Fania. Ahora entiendo más que nunca el mensaje que lleva: “Mir zenen do” (Estamos aquí). Han tratado de terminar con todos los judíos, pero estamos aquí.  Irá esta canción de generación en generación. Aunque cielos plomizos oculten los días azules, llegará nuestra hora añorada, resonará con nuestro paso.

Mir zenen do. ¡Aquí estamos! Todos, ¡de pie! ¡Este es un himno a la vida judia

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